Mi primer pequeño homenaje quiero dedicárselo a Flore.
Cuando nació Rocío, mi hermana mayor, Flore era una niña de 9 años que se vino a vivir con mi familia y fue parte de ella hasta el día en que se casó y formó su propia familia.
Empezó a cuidar de Rocío por las tardes, al salir de la escuela, pero al hacerse mayor dejó el colegio.
Mi madre, además de cuidar de Rocío, de Ramón y de mí -Concha aún no había nacido- "cosía para fuera" con el fin de complementar la economía familiar ya que no había sueldos en casa y la panadería apenas daba para vivir, así que hacía jerseys y trabajaba como modista, además de vender pan en el despacho de la panadería familiar. Siempre fue una artista y tenía unas manos maravillosas para hacer todo tipo de labores, además de tener muy buen gusto.
Flore ejercía de hermana mayor. Siendo yo pequeña, me asustaba mucho cuando alguien moría en el pueblo y, esa noche, no tocaba dormir. Pasaba la noche temblando de miedo y Flore aguantaba el tirón a mi lado hasta que en la madrugada, por fin, yo caía rendida y le dejaba a ella también dormir.
Otras veces, mientras yo no podía conciliar el sueño, Flore aprovechaba el tiempo para planchar el uniforme del colegio de Ramón, El Electrón, o mi uniforme, uno horrible de color gris muy tieso que me arañaba a la altura de las rodillas. Qué uniforme más feo!
Recuerdo perfectamente alguna de aquellas noches. El día que murió Miguel Angel -el carnicero- fue impresionante porque era muy joven, pero además se debió a un accidente de tráfico -entonces había muy pocos coches, esto debió ser en torno a 1960-. Los accidentes de tráfico no eran muy frecuentes y menos aún entre jóvenes. Pocos podían permitirse tener un coche, de hecho Miguel Angel lo tenía porque lo usaba para su trabajo.
Cuando yo estaba asustada y no podía dormir, Flore me daba su mano con los tres dedos inmóviles por una quemadura, el meñique, el anular y el corazón; aquella mano me proporcionaba toda la serenidad, seguridad y sosiego que en aquel momento necesitaba para tranquilizarme y quedarme dormida.
Al trascurrir los años, esa mano siempre ha seguido estando ahí en los pocos momentos difíciles que afortunadamente he tenido a lo largo de mi vida. Sólo el hecho de imaginarme agarrada a ella, me sigue proporcionando el calor, sosiego y serenidad que necesito. En estos momentos me consta que, gracias a esa protección no he sentido miedo y es tu mano la que me está dando toda esa fuerza que ni yo misma sabía que tenía.
GRACIAS, FLORE, POR AÚN ESTAR A MI LADO.